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Según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), la salud se define como el “estado en que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones”. Naturalmente, la cuestión se plantearía cuando, a la hora de determinar si un organismo disfruta de salud, tuviésemos que hacer una relación exhaustiva e interminable de cuales son esas funciones normales. – Por ello, en base a esta definición del DRAE, también podemos decir, por pasiva, que salud es aquel estado en el cual no existen condiciones que perturban el ejercicio normal de las funciones de un organismo. – Es por esto, por su carácter más limitado y asequible para resolver cualquier disfunción, que solemos referirnos a la situación excepcional de anormalidad para establecer si un organismo disfruta, o no, de salud. Es decir, un organismo disfruta de salud cuando no apreciamos ninguna alteración o enfermedad que perturbe las funciones normales del mismo. Además, el problema no es la salud, sino la falta de salud.
Así, cuando intentamos resolver cuestiones de mala salud, se nos hace necesario recurrir y conocer la patología, la enfermedad que quebranta dicha salud. El progreso en cuestiones de salud se centra, precisamente, no en la propia condición de salud, sino en la lucha científica contra esas condiciones que permiten o provocan patologías concretas, las que alteran el ejercicio de las funciones normales de un organismo. Se trata de la investigación orientada contra los diferentes tipos de cáncer, la investigación encaminada a vencer el Alzheimer, la investigación encauzada en la lucha contra las diferentes pandemias, etc.
Con la libertad pasa un tanto de lo mismo. Según el DRAE, la libertad es, en su primera acepción, la “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”. En la segunda acepción del diccionario, se define la libertad como el “estado o condición de quien no es esclavo” haciendo ya referencia a un estado anormal y patológico de la libertad. Es decir, la condición de esclavo. También, con la libertad, el problema no es la libertad, sino la falta de libertad.
Sin embargo, es curioso que cuando pretendemos alcanzar la libertad, como una condición de salud de nuestra sociedad, no solemos abordar lo que son sus patologías concretas. No luchamos contra las condiciones que favorecen o provocan disfunciones patológicas y que cercenan la libertad, aquellas que alteran el ejercicio de sus funciones normales en la sociedad. Cuando se trata de concebir la libertad en nuestra sociedad, nos convertirnos en sentimentales soñadores, en teóricos e imprecisos especuladores sobre que la libertad es aquella situación que nos permitiría alcanzar este, o aquel, deseo nuestro sin cortapisa alguna. Es lo que los académicos de la teoría socio-económica definen, de forma más elaborada, con el concepto de “libertad romántica”. Esta actitud, aunque carente de realismo, por su falta de exigencia y esfuerzo, por su atractivo, es muy frecuente en nuestra enferma e indolente sociedad. ¿Nos imaginamos a nosotros mismos preocupados por un problema de salud física, y perdidos en elucubraciones sobre que dicha salud consistiese en alcanzar el físico de Apolo o el de Venus?
En cambio, existe otra concepción de cómo lograr la libertad que pone el acento en el compromiso personal, en la lucha y el esfuerzo de lo concreto, dando la cara, para resolverlas, a las diferentes deficiencias patológicas que padece la libertad en la vida real de nuestra sociedad. Es lo que los académicos definen, como ya hemos dicho de forma más elaborada, con el concepto de “libertad clásica o responsable”. Aquella libertad que se logra arrebatando y frustrando situaciones de falta de libertad, con nuestra lucha, nuestro esfuerzo, y nuestra inteligencia. - Tenemos claro que el cáncer, el Alzheimer, las pandemias, son estados patológicos en cuya lucha todos somos, y nos sentimos, solidarios. Sin embargo, cuando se trata de la lucha contra las patologías de falta de libertad en nuestra sociedad, de la libertad de expresión, de la libertad de enseñanza, de la libertad de mercado, de la libertad de creencias personales, etc., solemos dejar que nos enreden los enemigos de la libertad en un jardín semántico, en un montón de excusas ideológicas, cuando no inventan derechos inexistentes de las personas, que oscurecen esas patologías de la libertad, en detrimento de una lucha decidida y contundente contra dichas enfermedades sociales.
En lo que se refiere a la libertad de expresión, no es difícil encontrar un clima social en donde, por ejemplo, el declararse creyente religioso, o el expresar ciertas ideas a contra corriente de la mayoría social, o el hablar en castellano en ciertos lugares de España, no acaba de ser políticamente correcto. Se fomenta y apoya la patología que altera el estado de salud de nuestra libertad de expresión o de creencias.
Lo mismo ocurre con otras patologías de la libertad, como es el caso de la libertad de enseñanza. Tampoco es difícil encontrar un clima social en el que se transgreda el derecho de que las familias puedan, con libertad, y cumpliendo unos mínimos exigibles, tal como están establecidos en los países de nuestro entorno cultural, educar a sus hijos según sus criterios.
Es fácil perderse, ser manipulado ideológicamente, cuando pensamos en términos románticos sobre aquello que se refiere al disfrute de la libertad como condición de salud democrática. – Sin embargo, creo que es necesario plantearse la defensa de las libertades apostando por la lucha decidida contra las patologías concretas que afectan a nuestra libertad. Luchando, allá donde sea que aparezcan. Combatiendo, allá donde sintamos que nuestro derecho de ser libres, como individuos dentro de una sociedad, queda quebrantado por la intervención ilegítima de los poderes que dicen hipócritamente defender nuestra libertad pero que, en realidad, se inmiscuyen en nuestro propio ámbito de libertad personal.
Son los casos ya referidos de la libertad de expresión, la libertad de creencias, la libertad de enseñanza de los padres para con los propios hijos, la libertad de conciencia para elegir el propio comportamiento que no dañe los derechos ajenos. Aquí, en la lucha por las libertades concretas, está la trinchera de lucha contra los atentados totalitarios perpetrados por falsos demócratas, la mayor parte de las veces desde dentro de la propia vida democrática. Esa es la trinchera donde se pelea por la verdadera libertad.
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