Entro con cuidado y prudencia en este tema. Sin embargo, no quiero evadirlo. Creo que, con los tiempos que corren, es un deber expresar nuestras opiniones, esforzarnos por explicar y proclamar la razón de nuestras convicciones, con respeto hacia la discrepancia razonada, pero con la responsabilidad que ello exige y conlleva. Creo que debemos evitar someternos a la dictadura de lo políticamente correcto, de dejar llevarnos por la corriente de moda. Es más, creo que debemos crear opinión. Lo delicado, y la propia entidad del tema me obligan a una extensión mayor del límite que normalmente me impongo. Por ello, ruego aquí disculpas anticipadas. - Salvando la enorme y evidente distancia intelectual que me separa de Benedicto XVI, pero tomando prestada la solicitud que hace en el prólogo de su libro “Jesús de Nazareth”, “pido solo a los lectores y lectoras esa benevolencia inicial, sin la cual no hay comprensión posible”. Voy a intentarlo.
En mi anterior entrada de blog “LOS DOS CABALLOS DE TROYA”, hacía alusión tanto al aborto como a la eutanasia, entendidas como dos lacras de nuestro tiempo. - Con una postura de total rechazo, los que pensamos así podemos parecer radicales, dogmáticos, incluso sin sentimientos ni sensibilidad hacia algunas sangrantes situaciones que viven algunas personas en nuestra sociedad. Nada más lejos de la realidad. Sin embargo, esta es la imagen que hoy se hace reflejar - y tenemos que soportar - sobre quienes estamos en total desacuerdo con ambas prácticas, enfrentados a una amplia opinión pública que, dicho sea de paso, tampoco creo mayoritaria. Me atrevo a opinar por parte de quienes pensamos así porque va a contracorriente, porque pensar así es una postura incómoda, porque no es una postura “políticamente correcta”, y porque la mayoría de los que así creemos, lo hacemos por unas convicciones responsables, profundas y reflexionadas. Desde este último grupo expreso mi opinión.
Decía en mi escueta respuesta a un amable y crítico comentario, anexo a mi anterior entrada de blog, que pedía consideración para lo dramático de algunas situaciones personales que se dan hoy día: “No conozco valores superiores a la verdad y a la vida, a su aplicación práctica y eficaz, en condiciones de Justicia y Libertad. En esto consiste el bien. – Son “valores estructurales” en los que no debemos transigir un ápice. Es muy preocupante, aunque no novedoso, que en nuestra vida pública se hayan instalado las perversiones peores que se pueden concebir: la mentira y la muerte que, en su aplicación eficaz, tiene como consecuencia intrínseca el mal.
Transigir con la mentira o la muerte, aun por dolorosos motivos sentimentales, tiene graves consecuencias. Son temas difíciles y dolorosos que merecen toda la comprensión y apoyo. Pero el dolor y los sentimientos no deben violentar el compromiso con los valores supremos. Hay que intentar ser consecuentes hasta el final, a la vez que comprensivos. Debemos juzgar los hechos de acuerdo con la verdad, no así a las personas.”
Así pues, en mi escala de valores no existen por encima de la verdad y de la vida otros valores que los limiten y restrinjan. No los conozco. Son valores a los que, por el respeto y compromiso que les debemos, no podemos comprometerlos por razón de sentimientos completamente legítimos pero siempre subordinados a aquellos. Por encima de los sentimientos sinceros, sin duda, buenos y dolorosos, está el valor de la verdad y está la vida - ¿En qué quedaría la propia verdad si hubiera valores superiores a ella que la mutilaran? ¿En qué quedaría la propia vida si hubiera valores superiores a ella que la mutilaran? ¿Qué respeto y consideración concederíamos a la verdad y a la vida si aceptáramos comprometerlas por otros valores subordinados?
Es dentro de esta consideración y respeto por la verdad y la vida en la que el Catecismo de la Iglesia Católica aborda el tema de la eutanasia en los artículos 2276, 2277, 2278 y 2279 –Concretamente en los puntos 2278 y 2279, la Iglesia toma exquisita consideración por las humanas circunstancias que puedan apelar a una legítima interrupción de los tratamientos médicos en circunstancias que eviten el “encarnizamiento terapéutico”, así como por los “cuidados paliativos” que exige la dignidad humana siempre que no se pretenda la muerte. Estas consideraciones atienden situaciones complementarias, no contradictorias. Son circunstancias dramáticas en las que el respeto por la vida no se debe perder ni enturbiar, pero en las que un responsable, humano, y cercano acompañamiento debe encontrarse siempre presente. Dicen así estos artículos del Catecismo:
2278 La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el "encarnizamiento terapéutico". Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad o si no por los que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente.
2279 Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos. El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta razón deben ser alentados.
En cuanto al aborto, es el respeto hacia una nueva vida el que prima sobre la aniquilación de la misma en su propio origen, no sobre el eufemismo de una “interrupción” que no es tal. – Son los indudables problemas de todo tipo, económicos, de salud, sociales, etc. los que deben ser abordados con decisión, en vez de ser rehuidos con irresponsabilidad y cobarde incapacidad. Son las personas que sufren esos problemas las que deben de ser atendidas social y económicamente, no empujadas al fracaso sin salida que representa el aborto. No se debe resolver los problemas, por complejos que sean, embrollando las vidas de las madres y truncando las de sus hijos.
Los buenos sentimientos, degradados, con los que hoy se manipula a la opinión pública, el sentimentalismo sobrevenido en “buenismo” hacia estas situaciones, no debe confundirnos en nuestro compromiso con una clara y correcta jerarquía de valores que atienda primero a la integridad de los valores superiores antes que a la de los subordinados. La exigencia de un total respeto por la verdad de las cosas y por la vida, en todas sus expresiones, está por encima de los buenos sentimientos que, aunque inexcusables, son insuficientes.
Sin embargo, la postura de rechazo hacia el aborto y la eutanasia no nos redime del deber de compasión activa y comprensión por los dramas humanos; de nuestra obligada implicación en atenderlos, paliarlos y resolverlos en su complejidad. - Por otro lado, aunque no nos corresponde juzgar la moralidad de las personas concretas por situaciones de las que también nosotros mismos podemos ser víctimas un día, sí que debemos tener sobre los propios hechos, como tales, un criterio moralmente recto con respecto a lo que les es exigible por la verdad de las cosas, y el respeto supremo por la vida en todas sus expresiones.
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1 comentario:
La verdad es que nuestra sociedad ya no conoce esos valores como lo que son, los està ocultando o deformando a su conveniencia, lo que antes era amor y uniòn, ahora es odio, mentira e individualismo, un aborto a una mujer violada por "sentimentalismo" nos obliga a creer que lo mejor es la muerte del feto, un hombre que està en coma y està "sufriendo"(la verdad no lo sabemos)es necesario evitarle todo eso(gastos mèdicos en hospitales, herencias que no se terminan de resolver, etc.)en esta sociedad sòlo la unidad nos puede ayudar a combatir el mundo
IESV CONFIDO TIBI
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