
Hace unos días me reuní a cenar con viejos amigos. Solemos vernos todos los años y disfrutamos una buena amistad desde nuestra juventud. Tenemos la confianza de los muchos años que nos conocemos, y de la libertad con la que nos reunimos. Entre los afectos y saludos de la llegada, mientras buscamos nuestro sitio para sentarnos a la mesa, uno de los asistentes proclama al conjunto de nosotros: Prohibido hablar de política o de religión ! - La verdad es que no es la primera vez que oigo plantear esta premisa con motivo de una reunión social. La intención siempre es la de asegurar la buena armonía del grupo, y la de pasar un buen rato. El hecho, sin embargo, muestra la evidencia de una incapacidad personal y social de abordar y mantener una conversación sobre cualquiera de estos dos asuntos.
Me viene a la memoria la recomendación, a tener en cuenta en toda conversación, de Julián Marías, el Marías padre, el listo, el filósofo, al que le preocupaba decir verdad: “evitar hablar de uno mismo, poco de los demás y mucho de las cosas”. – Nos vendría bien a todos mantener presente esta sugerencia en nuestras charlas, incluso con las propias, las que se supone que todos tenemos con nosotros mismos. Mejor nos iría.
Y la pregunta, ¿por qué no podemos hablar de política? – La política es la actividad que llevan nuestros gobernantes, los que deben ser nuestros representantes, para tomar las decisiones colectivas que individualmente no podríamos tomar para el conjunto de nuestra sociedad. La política es algo que influye profundamente en nuestras vidas, no solo en la vida colectiva sino en la individual, en la familiar y en la personal. Nunca he podido entender, mas que como irresponsabilidad o falta de formación, esa postura de ser “apolítico” en la vida. En una democracia en la que se disfrute de libertad de expresión, lo que tal actitud personal refleja es la más que presumible falta de criterios sobre los problemas de nuestra sociedad, o el complejo de inferioridad que supone el no atreverse a exponerlos públicamente. A fin de cuentas, el resultado de tal talante es adjudicarse la condición de no sentarse al volante de nuestras propias vidas. Ser apolítico refleja la vocación de querer someterse y abdicar de ser autores de nuestra propia vida. Decidir “ir de pasajero” en nuestra propia vida.
¿Por qué no podemos hablar de religión? – El problema viene a ser el mismo, solo que en esta cuestión las personas no se declaran apolíticas sino que la excusa que se aduce en este caso es la de apelar a la propia intimidad. Al final, también se manifiesta la falta de criterios o la inmadurez de un complejo de inferioridad.
Es verdad que hay infinitos temas sobre los que conversar, arte, familia, educación, deporte, la propia experiencia sobre algún particular, cultura, economía, etc., etc., etc. – Pero, normalmente, más que conversaciones, lo que hoy día tiene lugar son comentarios varios de un nivel muy superficial. Pocos arriesgan en sus opiniones personales sobre las cosas. Ocurre que, en cuanto se centra un tema y este adquiere un poco de profundidad, cosa poco frecuente, el asunto en cuestión, necesariamente, adquiere una perspectiva social (política) o de creencia personal (en alguna forma, religiosa) – Entonces, se suele saltar a otro asunto. Por eso, las verdaderas amistades son tan escasas. Donde no hay riesgo compartido en exponer las propias opiniones, apertura al otro, no tiene sentido la amistad.
¿Somos tan salvajes que no podemos hablar de política o de religión sin llegar a la
vehemencia? – Si lo que nos faltan son criterios, deberíamos estar ávidos de abrir nuestros oídos a los argumentos de aquellos a quienes consideremos preparados y rigurosos en el asunto en cuestión. Si lo que tenemos es la inmadurez de un complejo de inferioridad, más vale que nos lo hagamos mirar. Generalmente, no se trata de abrirse a exponer nuestros puntos de vista a grandes auditorios públicos. Una buena y jugosa conversación no es cosa de muchos, ni se puede tener en un entorno de jolgorio e ironía, sino que requiere sus condiciones. Por eso no proliferan, porque hoy hay mucho drogadicto al ruido por miedo a quedarse en soledad.

¡Ni de política de ni de religión! – Cuando se reclama esto, quizá lo que se considera imposible es la incapacidad de las personas para no anclarse en posturas ayunas de argumentos, y el miedo a abrirse a la reflexión sobre otras perspectivas diferentes a las propias.
Sí, sí es necesario hablar de política y de religión. Hablar, y aprender a escuchar. Necesitamos crear una sociedad abierta en la que estos temas fluyan con normalidad, con creencias y con argumentos. No debemos reducir nuestras conversaciones sobre política o religión a los chismes y basura que nos ofrece nuestra casta política y la mediocridad reinante. Es más, creo que cada uno de nosotros, en su ámbito, debe “entrar en política y en religión”, que no es lo mismo que entrar en un partido político o en hacerse miembro de un grupo religioso, sino llevar a la realidad de su entorno sus ideas y creencias. Atender las ajenas y compartir las propias.
Pero cualquiera que sea la situación, no debemos tener miedo a arriesgar un poco de nosotros mismos. Eso sí, sin olvidar la recomendación de Julián Marías y procurar “evitar hablar de uno mismo, poco de los demás y mucho de las cosas”. – La verdad es que en mi reunión con mis viejos amigos fuimos obedientes y no hablamos ni de política ni de religión. Tampoco, aparte de algunos comentarios más o menos divertidos, de ningún otro asunto. ¿Habrá sido la misma conversación que la del año que viene? -Sería triste.

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