sábado, 22 de mayo de 2010

¡Ni de Política, ni de Religión!

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Hace unos días me reuní a cenar con viejos amigos. Solemos vernos todos los años y disfrutamos una buena amistad desde nuestra juventud. Tenemos la confianza de los muchos años que nos conocemos, y de la libertad con la que nos reunimos. Entre los afectos y saludos de la llegada, mientras buscamos nuestro sitio para sentarnos a la mesa, uno de los asistentes proclama al conjunto de nosotros: Prohibido hablar de política o de religión ! - La verdad es que no es la primera vez que oigo plantear esta premisa con motivo de una reunión social. La intención siempre es la de asegurar la buena armonía del grupo, y la de pasar un buen rato. El hecho, sin embargo, muestra la evidencia de una incapacidad personal y social de abordar y mantener una conversación sobre cualquiera de estos dos asuntos.

Me viene a la memoria la recomendación, a tener en cuenta en toda conversación, de Julián Marías, el Marías padre, el listo, el filósofo, al que le preocupaba decir verdad: “evitar hablar de uno mismo, poco de los demás y mucho de las cosas”. – Nos vendría bien a todos mantener presente esta sugerencia en nuestras charlas, incluso con las propias, las que se supone que todos tenemos con nosotros mismos. Mejor nos iría.

Y la pregunta, ¿por qué no podemos hablar de política? – La política es la actividad que llevan nuestros gobernantes, los que deben ser nuestros representantes, para tomar las decisiones colectivas que individualmente no podríamos tomar para el conjunto de nuestra sociedad. La política es algo que influye profundamente en nuestras vidas, no solo en la vida colectiva sino en la individual, en la familiar y en la personal. Nunca he podido entender, mas que como irresponsabilidad o falta de formación, esa postura de ser “apolítico” en la vida. En una democracia en la que se disfrute de libertad de expresión, lo que tal actitud personal refleja es la más que presumible falta de criterios sobre los problemas de nuestra sociedad, o el complejo de inferioridad que supone el no atreverse a exponerlos públicamente. A fin de cuentas, el resultado de tal talante es adjudicarse la condición de no sentarse al volante de nuestras propias vidas. Ser apolítico refleja la vocación de querer someterse y abdicar de ser autores de nuestra propia vida. Decidir “ir de pasajero” en nuestra propia vida.

¿Por qué no podemos hablar de religión? – El problema viene a ser el mismo, solo que en esta cuestión las personas no se declaran apolíticas sino que la excusa que se aduce en este caso es la de apelar a la propia intimidad. Al final, también se manifiesta la falta de criterios o la inmadurez de un complejo de inferioridad.

Es verdad que hay infinitos temas sobre los que conversar, arte, familia, educación, deporte, la propia experiencia sobre algún particular, cultura, economía, etc., etc., etc. – Pero, normalmente, más que conversaciones, lo que hoy día tiene lugar son comentarios varios de un nivel muy superficial. Pocos arriesgan en sus opiniones personales sobre las cosas. Ocurre que, en cuanto se centra un tema y este adquiere un poco de profundidad, cosa poco frecuente, el asunto en cuestión, necesariamente, adquiere una perspectiva social (política) o de creencia personal (en alguna forma, religiosa) – Entonces, se suele saltar a otro asunto. Por eso, las verdaderas amistades son tan escasas. Donde no hay riesgo compartido en exponer las propias opiniones, apertura al otro, no tiene sentido la amistad.

¿Somos tan salvajes que no podemos hablar de política o de religión sin llegar a la vehemencia? – Si lo que nos faltan son criterios, deberíamos estar ávidos de abrir nuestros oídos a los argumentos de aquellos a quienes consideremos preparados y rigurosos en el asunto en cuestión. Si lo que tenemos es la inmadurez de un complejo de inferioridad, más vale que nos lo hagamos mirar. Generalmente, no se trata de abrirse a exponer nuestros puntos de vista a grandes auditorios públicos. Una buena y jugosa conversación no es cosa de muchos, ni se puede tener en un entorno de jolgorio e ironía, sino que requiere sus condiciones. Por eso no proliferan, porque hoy hay mucho drogadicto al ruido por miedo a quedarse en soledad.

¡Ni de política de ni de religión! – Cuando se reclama esto, quizá lo que se considera imposible es la incapacidad de las personas para no anclarse en posturas ayunas de argumentos, y el miedo a abrirse a la reflexión sobre otras perspectivas diferentes a las propias.

Sí, sí es necesario hablar de política y de religión. Hablar, y aprender a escuchar. Necesitamos crear una sociedad abierta en la que estos temas fluyan con normalidad, con creencias y con argumentos. No debemos reducir nuestras conversaciones sobre política o religión a los chismes y basura que nos ofrece nuestra casta política y la mediocridad reinante. Es más, creo que cada uno de nosotros, en su ámbito, debe “entrar en política y en religión”, que no es lo mismo que entrar en un partido político o en hacerse miembro de un grupo religioso, sino llevar a la realidad de su entorno sus ideas y creencias. Atender las ajenas y compartir las propias.

Pero cualquiera que sea la situación, no debemos tener miedo a arriesgar un poco de nosotros mismos. Eso sí, sin olvidar la recomendación de Julián Marías y procurar “evitar hablar de uno mismo, poco de los demás y mucho de las cosas”. – La verdad es que en mi reunión con mis viejos amigos fuimos obedientes y no hablamos ni de política ni de religión. Tampoco, aparte de algunos comentarios más o menos divertidos, de ningún otro asunto. ¿Habrá sido la misma conversación que la del año que viene? -Sería triste.


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domingo, 16 de mayo de 2010

Yes, we MUST !




Me llegan lamentos y preocupaciones de mi entorno social sobre el futuro de nuestros hijos en esta sociedad que vivimos. La situación es muy compleja y es fácil perderse entre interpretaciones de expertos y analistas. Para poder entender lo que pasa creo que es necesario tomar un poco de distancia de los asuntos y preocupaciones concretas con las que nos castigan nuestros gobernantes todos los días. – Es natural que la economía, como todos los procesos, tiene sus ciclos con sus crisis y sus euforias, y ahora estamos en crisis. Pero a todas luces, no solo estamos sufriendo una crisis del devenir económico sino una crisis cultural que provoca un impacto más profundo en nuestro modo de vida. Es más un cambio social que una crisis. Las crisis se recuperan, los cambios sociales modifican las reglas de juego de nuestra convivencia.

En Estados Unidos, la política de Obama está sufriendo una severa crítica sobre su eficacia para salir de la crisis económica. Crítica que pone al mandatario norteamericano frente al espejo de la situación en Europa. - Así lo cuenta esta semana en su columna del Wall Street Journal el prestigioso comentarista Daniel Henninger:

“Cualquier político con aspiraciones a alcanzar la Casa Blanca debería ser cuestionado sobre el riesgo de que las políticas económicas que él o ella proponen pudieran llevarnos a donde Europa ha llegado esta semana”

“El mercado de bonos es un buen negocio, si una sociedad vive más o menos dentro de sus posibilidades. Los europeos, sin embargo, quisieron convertir un buen negocio en un pacto, “a lo Fausto”, con el diablo, lo que el resto del mundo llama una crisis de la deuda soberana.

En la leyenda alemana, Fausto era un erudito que vendió su alma al diablo a cambio de una larga vida de brillantez intelectual y bienestar físico. En nuestra versión de la leyenda, los gobiernos de Europa le dijeron al diablo que, más que nada, querían una vida de protección social y altos ingresos sin que importase el costo. La vida era buena. Hace quince días, el “bono-diablo” llegó y pidió su dinero.”
– Aquí, podríamos recurrir al chiste fácil aludiendo a nuestro particular “bono-diablo” de La Mancha. No lo haremos esta vez.

Reclama Daniel Henninger que el antídoto para la parálisis económica que Europa sufre, y de la que Japón lleva años sin salir, es el crecimiento económico. No solo crecimiento, sino un fuerte crecimiento…… “Un crecimiento del 4%, que Europa no volverá a ver nunca…..”

Pero Estados Unidos, aparte de la actual crisis económica internacional, también está pasando por uno de esos momentos de crisis social y transformación que, aunque dolorosos y frecuentemente traumáticos, siempre han sabido superar con bastante vitalidad, realismo y sentido común; salvaguardando su identidad nacional y sabiendo aplicar a la vida cotidiana los valores que trajo de Europa y sirvieron para su fundación. – Sin embargo, Europa, aparte de la actual crisis económica internacional, a la vez que proclama de manera incoherente, "a lo belga", la Unidad Europea y la practica del nacionalismo, lleva años rechazando los propios valores sobre los que el viejo continente desarrolló su cultura. La “Europa progre” pretende organizar una cultura artificial sobre la base de otros valores espurios, ajenos a su identidad original. Funestos valores que Francia tiene a bien regalarnos de vez en cuando en sus revoluciones o en sus "mayos del 68": Una Libertad romántica frente a toda Libertad que conlleve el peso de la responsabilidad personal, la idolatría de una igualdad "a-la-baja" que rechaza los meritos individuales e ignora la Justicia que reconoce el esfuerzo personal, y una fraternidad cainita frente al reconocimiento y compromiso de una identidad nacional compartida. - Eso sí, ni una palabra sobre el valor de la Verdad frente a la mentira; ni una palabra sobre el valor de la Vida frente a todo tipo de muerte y corrupción; Ni una palabra sobre el valor del Bien frente a todo lo que represente maldad. - España, aparte de la actual crisis económica internacional, está hecha un desastre social en la que todos los defectos de Europa aparecen exagerados por los vicios locales, por unos gobernantes irresponsables, y una sociedad entumecida.

La solución a todo este desastre la tenemos a mano pero no aparece como políticamente correcta. La solución de este desaguisado que ha agravado, hasta límites insospechados, el irresponsable e indocumentado Zapatero, icono de lo peor del "progrerío relativista", pasa por asumir esos valores de la cultura occidental resultantes de la conjunción de la cultura greco-latina con la judeo-cristiana. Es decir, la profundidad del pensamiento filosófico griego que alumbró al Derecho Romano y que, enriquecidos ambos, con los valores trascendentes de la tradición monoteísta judía, quedaron perfeccionados por el Nuevo testamento cristiano. Esa es la cultura occidental, nuestra cultura, la cultura cuyos valores supieron conservar aquellos que emigraron a América y que sus descendientes parece que saben aplicarlos en el día a día de manera práctica. Esa cultura occidental cuya fuerza procede del convencimiento de que hay un Dios único, y que la aleja de todo relativismo disolvente - ¿No es este el motivo del fervor laicista de aquellos que quieren destruirnos como sociedad cohesionada?

Estoy seguro de que si nuestra sociedad recupera esos nuestros valores tradicionales que, históricamente ya se han demostrado superiores, podemos afrontar con éxito este cambio socio-cultural. Si nuestros gobernantes nos traicionan, lo tendremos más difícil, pues a la situación actual me remito. En este último caso, tendremos que asegurar que nuestros hijos adquieran los valores tradicionales dentro del entorno familiar, nos veremos forzados a blindarnos y contraatacar desde “grupos socio-culturales”. Puede ser una situación más que probable a este lado del Atlántico.

Me llegan lamentos y preocupaciones de mi entorno social sobre el futuro de nuestros hijos en esta sociedad que vivimos. No es cuestión de lamentarse, de llorar sobre la leche derramada, se trata de levantarse a la contra, con decisión y sin complejos, convencidos de cuáles son nuestros valores occidentales, para hacer frente a los propios enemigos internos y a aquellos que puedan venir de afuera. Me gusta recordar la reflexión de Jack Welch, ex-presidente de General Electric, que solía decir: “Controla tu destino, o alguien que no eres tú lo controlará por ti”. - No, no dejemos pasar un minuto más sin entender y tomar el control de nuestro propio destino, aunque sea a título individual dentro de nuestro entorno personal.